domingo, 3 de enero de 2010

2010 odisea del verano


Pasé un fin de año genial, potenciado por amigos, drogas, excesos y sol. Pero este texto nada tiene que ver con eso, no quiero arruinar mi recuerdo del paso fugaz del 2009 al 2010 teorizando sobre lo que me hizo sentir bien. Prefiero concentrarme en lo que no estuvo bueno, porque si intelectualizo lo otro voy a manchar el recuerdo feliz. No quiero.

Al margen de lo maravilloso, mi visita a la costa fue una aventura más que se cobra como víctima a mi maltratado amor propio. "En este momento tu baja autoestima es simplemente sentido común", línea genial de una película incomprendida, escucho esas palabras seguido últimamente.

La playa te saca toda magia, todos los artilugios, todo el puterío, el maquillaje, la ropa que te queda bien y muestra las tetas y las piernas pero no la panza. No me llevé nada a pinamar, nada que me hiciera sentir linda, y cuando quedé despojada de todo lo que me pongo para salir de mi casa, me sentí horrible. Eso, sumado a mi lenta pero segura transformación en un Rubén cualquiera, rodeada de hombres hermosos que sucede que son mis amigos, terminó por arruinar mi sensación de seguridad personal.

Tengo una cualidad adaptativa muy efectiva, copio con muchísima facilidad, hago propios los códigos ajenos, me envuelvo en ellos y salgo cual mariposa de crisálida transformada en otra. Eso pasó un poco en esta escapada playera.

A veces me imagino que soy un personaje moldeable, que hablo, como, cojo, escupo diferente dependiendo de la gente que me rodea. Y cuando eso cambia muy rápidamente, el contexto digo, una se siente como esos figurines a los que se les cambia la ropa, look verano, look invierno, look novia, look amiga de tal o cual, look inquilina, look en tacos, look en tetas...

Eso es lo que extraño del matrimonio, la unificación en vez de esta fragmentada pimpinela. La idea de que en algún momento se acaba todo y una vuelve con el que conoce lo bueno, lo malo y se queda.

En la arena, incómoda por la feroz presencia masculina amistosa y la imponderable existencia de niñas de 12 que parecen de 18, todo firme, todo idiota, miré el mar y me puse a pensar en el día maravilloso, el sol que me quemaba para estar más linda, en lo que me dolió la depilación, y lo poco efectivo que resultó el plan de olvidarme de que era dos de enero. Seguía siendo dos de enero, dos días después del apocalipsis findeañero y yo sintiéndome horrible milanesa gorda no de las finitas. Tampoco me sentí auténtica, ni yo, ni idea de quién soy.

Lo que sí puedo decir, sin temor a equivocarme, es que volver me hizo bien, ver a Violencia me hizo bien, gata furiosa que me odió por como 15 segundos, me rompió dos macetas y después se acostó al lado mío ronroneando hasta que me quedé dormida. A ella le caigo bien todo el tiempo. Con ella no hay puterío. Comida, cambio de piedritas, agua, mimos y listo.

Sigo esperando que lo que me unifique, que me recomponga, no sea nadie, ni algo, ni el tiempo -porque tarda mucho- sino un día, una mañana que cambie todo y yo sea yo. Por ahora soy esta, la encremada, luchando con uñas y dientes para no pelarme, por que el sol te da, pero también te quita tejido epitelial. Veré qué me depara el futuro.
Así las cosas.


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